martes, 29 de septiembre de 2009

Las malas palabras, según Roberto Fontanarrosa

El robo, por Rhut Miranda


¿Este hombre que yo creía buena gente, era así o lo movía la intención de que al día siguiente mi presencia provocaría la risa o la mirada de piedad? De un salto me puse de pie, calcé mis chinelas y en pijama salí al pasillo, sigilosamente conteniendo la respiración, con una idea fija: descubrir a esa rata.

Me detuve, alcancé a divisar su figura, sus movimientos sospechosos, inquietos y su cabeza que giraba hacia la puerta que daba a un dormitorio. Oí un ruido de picaporte, me sobresalté y en un descuido desapareció mi presa.

Esperé paciente, en algún momento este sujeto tendría que salir. Mi deseo no tardó en cumplirse, pero mi asombro fue mayor cuando lo vi salir acompañado de una bella mujer cuya larga cabellera ondulante le tapaba sus hombros y la mitad de su cara.

Increpé al dueño de Las Tres Grullas reaccionando como un animal, descargando mi furia, le grité ladrón, traidor, simulador y lo arrinconé contra la pared queriendo ahorcarlo.

Perdón, perdón, escuché. Era la voz angustiante de esa mujer, que cubriéndose el rostro con sus manos lloraba sin consuelo.

Pero mi sorpresa no terminó ahí, levanté mi mirada, y extendiendo mi mano corrí su cabello que le tapaba el rostro al tiempo que descubrí un hermoso ojo color celeste como el mar que me miraba como reprochando mi actitud. A su lado, separado por una nariz, un hueco tan profundo como mi vergüenza.

A Mario Benedetti, por Eladia Cicaré


Mario,
partiste para siempre
hoy estoy triste
la ausencia no será difícil
están tus poemas,
tu prosa inconfundible
allí te encontraré
cada vez que te necesite.

Tu paso por la vida no fue breve
la honraste cada día
con tus palabras simples
allí te encontraré
cada vez que precise
sentirme acompañada.

Tu prosa, sencilla
a veces dulce,
otras veces triste,
siempre amiga,
Ojalá pueda
perderme en tus palabras
para olvidar un rato
la realidad del día.

Como decís en un poema
quiero contar contigo
a pesar de la ausencia.

Siempre estarás conmigo.

La feligresa y su confesor, por Rhut Miranda


Padre quiero confesarme.
¿Qué te pasa hija?
Anoche estuve con un hombre en mi cuarto.
¡Hija!
Pero padre, fue un sueño.
Bueno eso no es malo, los sueños se disipan cuando sale el sol.
Padre al despertar lo viví como una realidad y su perfume perdura en mi dormitorio, mi cuerpo desnudo vibraba como una hoja y sus caricias y besos los sigo sintiendo ¡ay padre, perdón…¿se enoja si digo que me gustó?
Hija, tranquila ¿le viste su cara?
No padre, no pude distinguir su rostro, todo estaba muy oscuro.
Comparto tu angustia y quiero aliviar tu alma.
Padre, pregunto, ¿el diablo es capaz de hacer semejante travesura?
El diablo ronda el alma pura. ¿Por qué me lo preguntas?
No debería decirlo, pero al despertar con la entrada del sol en mi cuarto, vi al costado de mi cama una sotana y mi camisón y…sabe padre…su perfume olía como el suyo. Esto es obra del maldito diablo ¿no padre?
Hija, el diablo tiene tanto poder en la tierra como Dios, la diferencia está en el bien y el mal. Dame esa sotana y la tiraré a la hoguera, que esté contaminada por el demonio. Nosotros recemos treinta Padrenuestros y treinta Avemarías y que Dios tranquilice nuestras almas.