domingo, 15 de noviembre de 2009

Puedo escribir los versos...

María Celeste, por Rhut Miranda


Juega amigo juega siempre
arma tu castillo y llénalos de juguetes
de aquellos que disfruta
y te hace mejor gente

Es tu lugar, tu mundo
tu vida que defiendes
Fabrica tu universo
con pasado y presente

Un tal Neruda quiso
un mundo diferente
lucho con la palabra
un arma transparente
pero no olvido ese niño
que en un rincón de su alma
siempre estuvo presente

Jugo con mascarones
de bellezas intrigantes
y eligió una de ella
su nombre MARIA CELESTE
pequeña y deliciosa criatura
que un día de aquellos
quizás enamorado
su amigo camarada
quiso arrebatarle,
su nombre nada menos
Salvador Allende.

Cumplió con la consigna.
al confesar que ha vivido
tarea que muy pocos
lo logran plenamente


Recuerdos, por Alba Alonso


Mi corazón, flor nocturna que se cierra ante tu ausencia.
Mi vida, inútilmente hambrienta porque estás tan distante.
No logro olvidarte a pesar del tiempo transcurrido;
te fuiste sin decirme adiós, tranquilo como fuiste siempre,
te recuerdo cariñosamente y te extraño con todo mi amor.
Cada vez que vuelvo al lugar que por última vez recorrimos,
vienen a mi mente los recuerdos de esa noche que hace blanquear los mismos árboles,
los pinos con sus hojas de alambre,
nuestro silencio enamorado,
silencio de estrella lejano y sencillo
que ronda mi alma cual gaviota de plata.
¿Son las nubes pañuelos blancos donde reposa tu alma,
tan lejana y tan cerca que aún la siento a mi lado?
Silencio de estrella, que veo brillar noche tras noche en mi larga espera.

Alivio, por Alba Alonso


Juan Cruz tendió la vista hacia la costa. Tenía frío y la cabeza empezaba a dolerle. Quería llegar hasta la orilla para mojarse los pies que le quemaban, pero sus piernas no le respondían. Miró a uno y otro lado como buscando a alguien para que lo ayudara, pero no vio a nadie. Se quedó inmóvil un corto tiempo hasta que oyó un leve movimiento que lo hizo dar vuelta y se sorprendió al ver una cigüeña que caminaba lentamente hacia donde él se encontraba. Cuando la tuvo cerca trató de acariciarla, pensando que tal vez lo rechazaría, pero no fue así, ella agachó la cabeza como insinuando una invitación a una caricia y Juan comenzó a pasarle una mano por su largo cuello y después por todo el cuerpo. Sintió una sensación de alivio y tranquilidad, ya no le dolían las piernas y tras darle un beso en el cuello a su dócil compañía, comenzaron a caminar hacia el río. Una restauradora frescura lo invadió al poner los pies en el agua junto a su accidental compañera, que se zambullía y sacudía alegremente.