lunes, 18 de agosto de 2008

El personaje del bar, por Dante Cacchione


Como siempre, por cuestiones laborales, llego algunos minutos más tarde a la clase del taller literario, pero esa mañana con gran sorpresa mía, la misma se desarrolla en el bar vecino a nuestra clase, pues así lo ha dispuesto la profesora Virginia por el tema a plantear. El bar está relativamente ocupado, grupos reunidos en mesas charlan animadamente, otros hojean el matutino del día, algunos saborean el café, en fin no hay específicamente algo que llame la atención. Nuestra profesora Virginia, con incipiente nerviosismo, nos invita, como tema consigna, a crear un personaje sobre la inspiración que nos transmita algún presente.

Frente a mi, se ubica mi compañera, mesa intermedia, Malena. Charlamos de generalidades propio del momento, pero lanzando cierta mirada al resto del recinto, como buscando ya el motivo de nuestro escrito..Mientras converso con ella, tomo conciencia que durante la conversación, su mirada no se dirige a mi persona, a mis ojos, sino que el haz visual, pasa tangente por mi costado izquierdo. Me habla a mí, pero su atención esta detrás de mí.

-¡Extraordinario, que bárbaro! -exclama de pronto Malena- esa persona sentada en esa mesa, qué parecido extraordinario que tiene con el dirigente de la Federación Agraria Eduardo Bussi, tiene casi su misma estampa de hombre inteligente, simpático, elegante. y con la voz del famoso Oscar Casco, de las radionovelas del cincuenta.

Quemado por la curiosidad, giro ciento ochenta grados y en mi retina se clava la imagen del seudo Bussi.. Mi imaginación no capta ni lejanamente tal personaje y luego de unos segundos, mi subconsciente envía a mi percepción, la imagen casi idéntica de un ex profesor de la facultad, con características diría opuestas a las descriptas por Malena. Ególatra, sarcástico, de una violencia expresada con ironías y burlas, con lo que rubricaba su poder.

Malena lo sigue mirando, quizás espera que en un entrecruce de miradas se deslice un imperceptible saludo, que la transporte seguramente al sublime sueño de las idealizaciones, no del dirigente de palabras justas, ademanes medidos, estampa gauchesca, sino del hombre, del simple hombre sin títulos , cargos, honores, posición y donde resaltan o no las reales virtudes.

En cierto momento, se abre la puerta de ingreso y entran cinco hombres, que saludan con gran entusiasmo al personaje de nuestra historia. Esa pequeña muchedumbre llama la atención de los presentes por los adornos de aros, vestimenta que portan y por los ademanes que realizan al hablar.

De pronto, el Bussi de Malena, o el profesor de mi carrera, levanta su brazo derecho y con voz aguda, solicita silencio, evidente que desea emitir algunas palabras. Rodeado por los recién llegados, comienza su exposición -Señores, nosotros (y señala a los que le rodeaban) somos de la comisión Central de Gays Unidos de la Ciudad de Rosario y venimos a este local, donde continuamos nuestros ciclo de divulgación en...

En ese momento la miro a Malena, que refleja una sonrisa de frustración, mientras que la mía es de indiferencia, pues me viene el decir del filósofo, “la realidad es la única verdad".

¿ Cuál? ¿La de ella, la mía, la final o todas, como en la física cuántica?


Dante Cacchione



Un café y una historia, por Rhut Miranda



Despierto y pienso: me doy un baño y el desayuno lo haré afuera de casa, me gusta hacer todo con tiempo, eso me prepara para que el día se desarrolle en orden.

Después de ese baño tan rápido me visto, prendo el televisor, me fijo en la temperatura y me largo a la calle.

Lo primero que siento es el viento frío que me da en la cara, que me produce bienestar ya que mi cuerpo está cubierto con un importante abrigo.

Sigo mi camino y me detengo en el barcito que siempre frecuento. Tiene la calidez de lo viejo y de lo nuevo y en el ambiente se huele un aroma exquisito de buen café. Me encanta la gente que concurre.

Hoy como siempre tengo que esperar que se desocupe una mesa pero la espera vale.

Me ubico pido mi desayuno, saco un libro, no consigo concentrarme, me relajo y me detengo a mirar las distintas mesas. La mayoría están ocupadas por más de una persona. De pronto mi mirada se detiene en una señora de mediana edad, de rostro bien marcado; yo diría que muestra una vida muy intensa. Sus ojos están dirigidos a la puerta de entrada y ante ese marco aparece la figura de un hombre de tal vez, no más de años. Su presencia denota un aquí estoy. Alto, morocho, ancha espalda y un desafío en su mirada que me estremece. Sus ojos recorren el lugar y con pasos firmes se dirige a la mesa de esta mujer que es mi curiosidad; con un hola se sienta en la silla que lo está esperando y comienza una charla que a mi oídos son murmullo.

Pienso quién será este muchacho, tal vez un hijo que después de vivir una historia que su madre no aprobó vuelve a su encuentro. O el novio de una hija que a criterio de su madre no era lo mejor, o por qué no un hijastro que reclama la herencia de su padre muerto.

Pero una voz angustiante me despierta ante estas conjeturas.

Por favor mi amor no me pidas no verte. Mi cabeza es un signo de pregunta, pero la voz de este hombre resuena con furia. No me pidas lo que no hemos convenido. Vos sabías que soy casado, tengo hijos y tengo que proteger a mi familia, los chicos no tienen que sufrir. Su tono se hace cada vez más tenue hasta que en un momento lo único que se escucha es el barullo de las vajillas, pero los movimientos de sus brazos y manos son constantes. Desvío por un momento la vista, tal vez por temor a ser descubierta y al volver mi mirada al lugar, los personajes de esta historia ya han desaparecido.

En el ambiente queda un silencio que duele.

¿Qué pasará con esta mujer que tiene la osadía de tener un romance con un muchachito que podría ser su hijo? Qué pasará con este joven que después de enamorar a esta mujer que podría ser su madre, vuelve a su hogar con la arrogancia de la fuerza que dan los pocos años.

Sólo ellos le darán a esta historia el verdadero final. En mí queda la duda. Pero prefiero dejar volar mi imaginación.


Rhut Miranda

Estimado Juan Carlos, por Dante Cacchione



El primer día que ingreso al taller literario, la querida profesora Virginia, me ubica en la cabecera de la mesa donde están los alumnos del taller desde donde puedo apreciarlos, situados a ambos lados de la misma. No se si es un privilegio, pero realmente me siento cómodo.

Pasados las presentaciones, la primera sorpresa me da fuerte golpe en el rostro: ¡eres el único varón acompañado por siete damas!

Te darás cuenta que comienzo a componer las hipótesis causantes de esta desigual reunión de sexos. La primera, dada por tu ubicación, centro de mesa, y cercana a todas, me sugiere que pertenecés al gremio de ellas; la otra, que sos un árabe disfrazado de gringo, con su harem en viaje de bodas. A la siguiente clase desecho ambas hipótesis, porque así me lo sugiere la realidad, y me nace la tercera. Si bien no sos el David de Miguel Ángel, que en su desnudez muestra su potencial (pequeño pero atrayente), cosa que seguramente no pueden apreciar las damas en vos pero sí imaginarlo, constituís para ellas una devoradora atracción, y entonces te reducen a una simple carnada en medio de una banda de “famélicas” palometas que tratan de devorarte. Por ello, surgen en mi, sensaciones de lástima, angustia e impotencia por tu porvenir. Nuevamente las vivencias de las sucesivas clases, me revelan lo errado de mis hipótesis: no sos “bendito tú eres entre todas las mujeres” ni cien mujeres podrán doblegar tu persona, (a lo mejor una, y quizás te preguntarás para que); no sos pusilánime ni “chupamedias” de la profesora Virginia, que con el respeto profesora-alumno, discutis las calificaciones que te asigna, sobre todo en conducta por considerarla injusta.

Bueno Juan Carlos, contento con la realidad que me rodea, doy por terminado mi mensaje epistolar (no se refiere a pistolas), diciéndote que luego de haber bebido del licor de la verdad, te felicito por tus escritos, que con todo derecho, deseás leer primero, a velocidades supersónicas para que no te los copien, y aclararte que las damas que nos acompañan no son palometas sino excelentes señoras escritoras, perdón, que escriben como nosotros, sin otros confusos intereses hacia tu persona.

Con todo cariño .

Dante

30/7/08