martes, 29 de septiembre de 2009
El robo, por Rhut Miranda
¿Este hombre que yo creía buena gente, era así o lo movía la intención de que al día siguiente mi presencia provocaría la risa o la mirada de piedad? De un salto me puse de pie, calcé mis chinelas y en pijama salí al pasillo, sigilosamente conteniendo la respiración, con una idea fija: descubrir a esa rata.
Me detuve, alcancé a divisar su figura, sus movimientos sospechosos, inquietos y su cabeza que giraba hacia la puerta que daba a un dormitorio. Oí un ruido de picaporte, me sobresalté y en un descuido desapareció mi presa.
Esperé paciente, en algún momento este sujeto tendría que salir. Mi deseo no tardó en cumplirse, pero mi asombro fue mayor cuando lo vi salir acompañado de una bella mujer cuya larga cabellera ondulante le tapaba sus hombros y la mitad de su cara.
Increpé al dueño de Las Tres Grullas reaccionando como un animal, descargando mi furia, le grité ladrón, traidor, simulador y lo arrinconé contra la pared queriendo ahorcarlo.
Perdón, perdón, escuché. Era la voz angustiante de esa mujer, que cubriéndose el rostro con sus manos lloraba sin consuelo.
Pero mi sorpresa no terminó ahí, levanté mi mirada, y extendiendo mi mano corrí su cabello que le tapaba el rostro al tiempo que descubrí un hermoso ojo color celeste como el mar que me miraba como reprochando mi actitud. A su lado, separado por una nariz, un hueco tan profundo como mi vergüenza.
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