Despierto y pienso: me doy un baño y el desayuno lo haré afuera de casa, me gusta hacer todo con tiempo, eso me prepara para que el día se desarrolle en orden.
Después de ese baño tan rápido me visto, prendo el televisor, me fijo en la temperatura y me largo a la calle.
Lo primero que siento es el viento frío que me da en la cara, que me produce bienestar ya que mi cuerpo está cubierto con un importante abrigo.
Sigo mi camino y me detengo en el barcito que siempre frecuento. Tiene la calidez de lo viejo y de lo nuevo y en el ambiente se huele un aroma exquisito de buen café. Me encanta la gente que concurre.
Hoy como siempre tengo que esperar que se desocupe una mesa pero la espera vale.
Me ubico pido mi desayuno, saco un libro, no consigo concentrarme, me relajo y me detengo a mirar las distintas mesas. La mayoría están ocupadas por más de una persona. De pronto mi mirada se detiene en una señora de mediana edad, de rostro bien marcado; yo diría que muestra una vida muy intensa. Sus ojos están dirigidos a la puerta de entrada y ante ese marco aparece la figura de un hombre de tal vez, no más de años. Su presencia denota un aquí estoy. Alto, morocho, ancha espalda y un desafío en su mirada que me estremece. Sus ojos recorren el lugar y con pasos firmes se dirige a la mesa de esta mujer que es mi curiosidad; con un hola se sienta en la silla que lo está esperando y comienza una charla que a mi oídos son murmullo.
Pienso quién será este muchacho, tal vez un hijo que después de vivir una historia que su madre no aprobó vuelve a su encuentro. O el novio de una hija que a criterio de su madre no era lo mejor, o por qué no un hijastro que reclama la herencia de su padre muerto.
Pero una voz angustiante me despierta ante estas conjeturas.
Por favor mi amor no me pidas no verte. Mi cabeza es un signo de pregunta, pero la voz de este hombre resuena con furia. No me pidas lo que no hemos convenido. Vos sabías que soy casado, tengo hijos y tengo que proteger a mi familia, los chicos no tienen que sufrir. Su tono se hace cada vez más tenue hasta que en un momento lo único que se escucha es el barullo de las vajillas, pero los movimientos de sus brazos y manos son constantes. Desvío por un momento la vista, tal vez por temor a ser descubierta y al volver mi mirada al lugar, los personajes de esta historia ya han desaparecido.
En el ambiente queda un silencio que duele.
¿Qué pasará con esta mujer que tiene la osadía de tener un romance con un muchachito que podría ser su hijo? Qué pasará con este joven que después de enamorar a esta mujer que podría ser su madre, vuelve a su hogar con la arrogancia de la fuerza que dan los pocos años.
Sólo ellos le darán a esta historia el verdadero final. En mí queda la duda. Pero prefiero dejar volar mi imaginación.
Rhut Miranda
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